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En este blogger les presento algunas actividades que hice,publico cuentos etc.ESPERO QUE LES GUSTE ...

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A mi mundo de ingles hay algunas clases.

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les presento algunos recursos ojala sea de su agrado,y tambien cuentos etc.ESPERO QUE LES GUSTE ...

miércoles, 25 de julio de 2018

LA BELLA DURMIENTE



Érase una vez un rey y una reina que aunque vivían felices en su castillo ansiaban día tras día tener un hijo. Un día, estaba la Reina bañándose en el río cuando una rana que oyó sus plegarias le dijo.
- Mi Reina, muy pronto veréis cumplido vuestro deseo. En menos de un año daréis a luz a una niña.

Al cabo de un año se cumplió el pronóstico y la Reina dió a luz a una bella princesita. Ella y su marido, el Rey, estaban tan contentos que quisieron celebrar una gran fiesta en honor a su primogénita. A ella acudió todo el Reino, incluidas las hadas, a quien el Rey quiso invitar expresamente para que otorgaran nobles virtudes a su hija. Pero sucedió que las hadas del reino eran trece, y el Rey tenía sólo doce platos de oro, por lo que tuvo que dejar de invitar a una de ellas. Pero el soberano no le dio importancia a este hecho.

Al terminar el banquete cada hada regaló un don a la princesita. La primera le otorgó virtud; la segunda, belleza; la tercera, riqueza. Pero cuando ya sólo quedaba la última hada por otorgar su virtud, apareció muy enfadada el hada que no había sido invitada y dijo:

- Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará con el huso de una rueca  y morirá.

Todos los invitados se quedaron con la boca abierta, asustados, sin saber qué decir o qué hacer. Todavía quedaba un hada, pero no tenía poder suficiente para anular el encantamiento, así que hizo lo que pudo para aplacar la condena:

- No morirá, sino que se quedará dormida durante cien años.

Tras el incidente, el Rey mandó quemar todos los husos del reino creyendo que así evitaría que se cumpliera el encantamiento.

La princesa creció y en ella florecieron todos sus dones. Era hermosa, humilde, inteligente… una princesa de la que todo el que la veía quedaba prendado.

Llegó el día marcado: el décimo quinto cumpleaños de la princesa, y coincidió que el Rey y la Reina estaban fuera de Palacio, por lo que la princesa aprovechó para dar una vuelta por el castillo. Llegó a la torre y se encontró con una vieja que hilaba lino.

- ¿Qué es eso que da vueltas? - dijo la muchacha señalando al huso.

Pero acercó su dedo un poco más y apenas lo rozó el encantamiento surtió efecto y la princesa cayó profundamente dormida.

El sueño se fue extendiendo por la corte y todo el mundo que vivía dentro de las paredes de palacio comenzó a quedarse dormido inexplicablemente. El Rey y la Reina, las sirvientas, el cocinero, los caballos, los perros… hasta el fuego de la cocina se quedó dormido. Pero mientras en el interior el sueño se apoderaba de todo, en el exterior un seto de rosales silvestres comenzó a crecer y acabó por rodear el castillo hasta llegar a cubrirlo por completo. Por eso la princesa empezó a ser conocida como Rosa Silvestre.

Con el paso de los años fueron muchos los intrépidos caballeros que creyeron que podrían cruzar el rosal y acceder al castillo, pero se equivocaban porque era imposible atravesarlo.

Un día llegó el hijo de un rey, y se dispuso a intentarlo una vez más. Pero como el encantamiento estaba a punto de romperse porque ya casi habían transcurrido los cien años, esta vez el rosal se abrió ante sí, dejándola acceder a su interior. Recorrió el palacio hasta llegar a la princesa y se quedó hechizado al verla. Se acercó a ella y apenas la besó la princesa abrió los ojos tras su largo letargo. Con ella fueron despertando también poco a poco todas las personas de palacio y también los animales y el reino recuperó su esplendor y alegría.

En aquel ambiente de alegría tuvo lugar la boda entre el príncipe y la princesa y éstos fueron felices para siempre.


AQUÍ ENCONTRARA   EL  CUENTO  EN  PPT

LA BELLA DURMIENTE

miércoles, 18 de julio de 2018

El Pulgarcito


Érase una vez un pobre leñador que estaba una noche junto al hogar atizando el fuego, mientras su mujer hilaba, sentada a su lado. Dijo el hombre:
– ¡Qué triste es no tener hijos!
- ¡Qué silencio en esta casa, mientras en las otras todo es ruido y alegría!
– Sí -respondió la mujer, suspirando-. Aunque fuese uno solo, y aunque fuese pequeño como el pulgar, me daría por satisfecha. Lo querríamos más que nuestra vida. Sucedió que al cabo de siete meses trajo al mundo un niño que, si bien perfectamente conformado en todos sus miembros, no era más largo que un dedo pulgar.
Y dijeron los padres:
– Es tal como lo habíamos deseado, y lo querremos con toda el alma. En consideración a su tamaño, le pusieron por nombre Pulgarcito. Lo alimentaban tan bien como podían, pero el niño no crecía, sino que seguía tan pequeño como al principio. De todos modos, su mirada era avispada y vivaracha, y pronto mostró ser listo como el que más, y muy capaz de salirse con la suya en cualquier cosa que emprendiera.
Un día en que el leñador se disponía a ir al bosque a buscar leña, dijo para sí, hablando a media voz: «¡Si tuviese a alguien para llevarme el carro!».
¡Padre! -exclamó Pulgarcito -, yo te llevaré el carro. Puedes estar tranquilo, a la hora debida estará en el bosque.
Se puso el hombre a reír, diciendo:
– ¿Cómo te las arreglarás? ¿No ves que eres demasiado pequeño para manejar las riendas?
– No importa, padre. Sólo con que madre enganche, yo me instalaré en la oreja del caballo y lo conduciré adonde tú quieras.
«Bueno -pensó el hombre-, no se perderá nada con probarlo”. Cuando sonó la hora convenida, la madre enganchó el caballo y puso a Pulgarcito en su oreja; y así iba el pequeño dando órdenes al animal: «¡Arre! ¡Soo! ¡Tras!». Todo marchó a pedir de boca, como si el pequeño hubiese sido un carretero consumado, y el carro tomó el camino del bosque. Pero he aquí que cuando, al doblar la esquina, el rapazuelo gritó: «¡Arre, arre!», acertaban a pasar dos forasteros.
– ¡Toma! -exclamó uno-, ¿qué es esto? Ahí va un carro, el carretero le grita al caballo y, sin embargo, no se le ve por ninguna parte.
– ¡Aquí hay algún misterio! -asintió el otro-. Sigamos el carro y veamos adónde va. Pero el carro entró en el bosque, dirigiéndose en línea recta al sitio en que el padre estaba cortando leña.
Al verlo Pulgarcito, gritó:
– ¡Padre, aquí estoy, con el carro, bájame a tierra! El hombre sujetó el caballo con la mano izquierda, mientras con la derecha sacaba de la oreja del rocín a su hijito, el cual se sentó sobre una brizna de hierba. Al ver los dos forasteros a Pulgarcito quedaron mudos de asombro, y se pusieron a hablar entre ellos:
– Oye, esta miniatura podría hacernos ricos si lo exhibiésemos de ciudad en ciudad. Comprémoslo.
-Y, dirigiéndose al leñador, dijeron:
– Véndenos este hombrecillo, lo pasará bien con nosotros.
– No -respondió el padre-, es la luz de mis ojos, y no lo daría por todo el oro del mundo.
Pero Pulgarcito, que había oído la proposición, agarrándose a un pliegue de los calzones de su padre, se encaramó hasta su hombro y le murmuró al oído:
Pulgarcito con los ladrones
– Padre, déjame que vaya; ya volveré. Entonces el leñador lo cedió a los hombres por una bonita pieza de oro.
– ¿Dónde quieres sentarte? -le preguntaron.
– Ponedme en el ala de vuestro sombrero; podré pasearme por ella y contemplar el paisaje: ya tendré cuidado de no caerme. Hicieron ellos lo que les pedía, y, una vez Pulgarcito se hubo despedido de su padre, los forasteros partieron con él y anduvieron hasta el anochecer. Entonces dijo el pequeño:
– Déjame bajar, necesito hacer mis necesidades.
– ¡Bah!, no te muevas -le replicó el hombre en cuyo sombrero viajaba pulgarcito-. No voy a enfadarme, también los pajaritos sueltan algo de vez en cuando.
– No, no -protestó Pulgarcito-, yo soy un chico bien educado; bájame, ¡deprisa! El hombre se quitó el sombrero y depositó al pequeñuelo en un campo que se extendía al borde del camino.
Pegó él unos brincos entre unos terruños y, de pronto, se escondió en una madriguera de conejos, – ¡Buenas noches, señores, pueden seguir sin mí! -les gritó desde su refugio, en tono de burla. Acudieron ellos al agujero y estuvieron hurgando en él con palos, pero en vano; Pulgarcito se metía cada vez más adentro; y como la noche no tardó en cerrar, hubieron de reemprender su camino enfurruñados y con las bolsas vacías. Cuando Pulgarcito estuvo seguro de que se habían marchado, salió de su escondrijo.
«Eso de andar por el campo a oscuras es peligroso -dijo-; al menor descuido te rompes la crisma». Por fortuna dio con una valva de caracol vacía: «¡Bendito sea Dios!
-exclamó-. Aquí puedo pasar la noche seguro». Y se metió en ella.
Pulgarcito sobre el Caracol
Al poco rato, a punto ya de dormirse, oyó que pasaban dos hombres y que uno de ellos decía. – ¿Cómo nos las compondremos para hacernos con el dinero y la plata del cura?
– Yo puedo decírtelo -gritó Pulgarcito.
– ¿Qué es esto? -preguntó, asustado, uno de los ladrones-. He oído hablar a alguien.  Se pararon los dos a escuchar, y Pulgarcito prosiguió:
-Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
– ¿Dónde estás? – Busca por el suelo, fíjate de dónde viene la voz
– ¡Infeliz microbio! ¿Tú pretendes ayudarnos? – Mira -respondió él-. Me meteré entre los barrotes de la reja, en el cuarto del cura, y les pasaré todo lo que quieran llevar.
– Está bien -dijeron los ladrones-. Veremos cómo te portas. Al llegar a la casa del cura, Pulgarcito se deslizó en el interior del cuarto, y, ya dentro, gritó con todas sus fuerzas:
 – ¿Quieren llevarse todo lo que hay aquí? Los rateros, asustados, dijeron:
– ¡Habla bajito, no vayas a despertar a alguien!
Pero Pulgarcito, como si no les hubiese oído, repitió a grito pelado: – ¿Qué quieren? ¿Van a llevarse todo lo que hay? Óyele la cocinera, que dormía en una habitación contigua, e, incorporándose en la cama, se puso a escuchar. Los ladrones, asustados, habían echado a correr; pero al cabo de un trecho recobraron ánimos, y pensando que aquel diablillo sólo quería gastarles una broma, retrocedieron y le dijeron: – Vamos, no juegues y pásanos algo.
Entonces Pulgarcito se puso a gritar por tercera vez con toda la fuerza de sus pulmones: – ¡Se los daré todo enseguida; sólo tienen que alargar las manos! La criada, que seguía al acecho, oyó con toda claridad sus palabras y, saltando de la cama, precipitase a la puerta, ante lo cual los ladrones echaron a correr como alma que lleva el diablo.

 AQUÍ ENCONTRARA EL  CUENTO ppt:

El elefante Bernardo

Había una vez un elefante llamado Bernardo que nunca pensaba en los demás. Un día, mientras Bernardo jugaba con sus compañeros de la escuela, cogió a una piedra y la lanzó hacia sus compañeros.

La piedra golpeó al burro Cándido en su oreja, de la que salió mucha sangre. Cuando las maestras vieron lo que había pasado, inmediatamente se pusieron a ayudar a Cándido.

Le pusieron un gran curita en su oreja para curarlo. Mientras Cándido lloraba, Bernardo se burlaba, escondiéndose de las maestras.

Al día siguiente, Bernardo jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio mucha sed. Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unos ciervos que jugaban a la orilla del río.

Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y se las arrojó a los ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y acabó cayéndose al río, sin saber nadar.

Afortunadamente, Felipe, un ciervo más grande y que era un buen nadador, se lanzó al río de inmediato y ayudó a salir del río a Gilberto. Felizmente, a Gilberto no le pasó nada, pero tenía muchísimo frío porque el agua estaba fría, y acabó por coger un resfriado. Mientras todo eso ocurría, lo único que hizo el elefante Bernardo fue reírse de ellos.

Una mañana de sábado, mientras Bernardo daba un paseo por el campo y se comía un poco de pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin percibir el peligro, Bernardo acabó hiriéndose en su espalda y patas con las espinas. Intentó quitárselas, pero sus patas no alcanzaban arrancar las espinas, que les provocaba mucho dolor.

Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor seguía. Cansado de esperar que el dolor se le pasara, Bernardo decidió caminar para pedir ayuda. Mientras caminaba, se encontró a los ciervos a los que les había echado agua. Al verlos, les gritó:

- Por favor, ayúdenme a quitarme esas espinas que me duelen mucho.

Y reconociendo a Bernardo, los ciervos le dijeron:

- No te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó. Aparte de eso, Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió. Tienes que aprender a no herirte ni burlarte de los demás.

El pobre Bernardo, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en busca de ayuda. Mientras caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda, pero ellos tampoco quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho Bernardo al burro Cándido.

Y una vez más Bernardo bajo la cabeza y siguió el camino para buscar ayuda. Las espinas les provocaban mucho dolor. Mientras todo eso sucedía, había un gran mono que trepaba por los árboles. Venía saltando de un árbol a otro, persiguiendo a Bernardo y viendo todo lo que ocurría. De pronto, el gran y sabio mono que se llamaba Justino, dio un gran salto y se paró enfrente a Bernardo. Y le dijo:

- Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso fuera poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero yo, que todo lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples dos grandes reglas de la vida.

Y le contestó Bernardo, llorando:

- Sí, haré todo lo que me digas sabio mono, pero por favor, ayúdame a quitar los espinos.

Y le dijo el mono:

- Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los demás, y la segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán cuando lo necesites.

Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas a Bernardo. Y a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió, a rajatabla, las reglas que había aprendido.

 AQUÍ ENCONTRARA  EL  CUENTO  DE  ppt


  “Año de la universalización de la salud” RD. Nº 039-08/DREL-IE 10223 “RP”-CH. PROYECTO EDUCATIVO INSTITUCIONAL INSTITUCIÓN EDUCATIVA...