miércoles, 18 de julio de 2018
El elefante Bernardo
Había una vez un elefante llamado Bernardo que nunca pensaba en los
demás. Un día, mientras Bernardo jugaba con sus compañeros de la escuela, cogió a una
piedra y la lanzó hacia sus compañeros.
La piedra golpeó al burro Cándido en su oreja, de la que salió mucha
sangre. Cuando las maestras vieron lo que había pasado, inmediatamente se
pusieron a ayudar a Cándido.
Le pusieron un gran curita en su oreja para curarlo. Mientras Cándido
lloraba, Bernardo se burlaba, escondiéndose de las maestras.
Al día siguiente, Bernardo jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio
mucha sed. Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unos
ciervos que jugaban a la orilla del río.
Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y se las
arrojó a los ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y
acabó cayéndose al río, sin saber nadar.
Afortunadamente, Felipe, un ciervo más grande y que era un buen nadador,
se lanzó al río de inmediato y ayudó a salir del río a Gilberto. Felizmente, a
Gilberto no le pasó nada, pero tenía muchísimo frío porque el agua estaba
fría, y acabó por coger un resfriado. Mientras todo eso ocurría, lo único
que hizo el elefante Bernardo fue reírse de ellos.
Una mañana de sábado, mientras Bernardo daba un paseo por el campo y se
comía un poco de pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas.
Sin percibir el peligro, Bernardo acabó hiriéndose en su espalda y patas con
las espinas. Intentó quitárselas, pero sus patas no alcanzaban arrancar
las espinas, que les provocaba mucho dolor.
Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor
seguía. Cansado de esperar que el dolor se le pasara, Bernardo decidió caminar
para pedir ayuda. Mientras caminaba, se encontró a los ciervos a los que les
había echado agua. Al verlos, les gritó:
- Por favor, ayúdenme a quitarme esas espinas que me duelen
mucho.
Y reconociendo a Bernardo, los ciervos le dijeron:
- No te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi
se ahogó. Aparte de eso, Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió.
Tienes que aprender a no herirte ni burlarte de los demás.
El pobre Bernardo, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en
busca de ayuda. Mientras caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la
escuela. Les pidió ayuda, pero ellos tampoco quisieron ayudarle porque estaban
enojados por lo que había hecho Bernardo al burro Cándido.
Y una vez más Bernardo bajo la cabeza y siguió el camino para buscar
ayuda. Las espinas les provocaban mucho dolor. Mientras todo eso sucedía, había
un gran mono que trepaba por los árboles. Venía saltando de un árbol a otro,
persiguiendo a Bernardo y viendo todo lo que ocurría. De pronto, el gran y
sabio mono que se llamaba Justino, dio un gran salto y se paró enfrente a
Bernardo. Y le dijo:
- Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso
fuera poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere
ayudar. Pero yo, que todo lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si
aprendes y cumples dos grandes reglas de la vida.
Y le contestó Bernardo, llorando:
- Sí, haré todo lo que me digas sabio mono, pero por favor, ayúdame a
quitar los espinos.
Y le dijo el mono:
- Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los
demás, y la segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán
cuando lo necesites.
Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las
heridas a Bernardo. Y a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió, a
rajatabla, las reglas que había aprendido.
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